La paz
La paz que otorga la altura
la paz de dios
si abajo el mundo tintinea
la paz del camposanto
y de la sepultura
la de la vista clara
la ciencia de la paz
– que es la paciencia –.
La paz del libro
la del trabajo gustoso
la del verso que va abriéndose camino
la paz que desarbola la conciencia
la paz de los abrazos generosos
la paz de la guitarra de un amigo.
Para acabar con esta guerra
todas esas paces necesito.
Callad
Callad para escuchar el mundo
que en el fondo del corazón retumba
donde la verdad palpita
la pared de la impostura se derrumba
y, aún de noche,
se pueden ver los ojos de la vida.
Recelad de la noción de lo imposible
abrid el cerrojo del alma
aunque el lenguaje nos duela
tomad el aire donde germina la grana
y decid palabras
como ángeles que vuelan.
Añadir texto de párrafo aquí.
El fin del mundo
Mañana terminará el mundo
- ha sido escrito -
con sangre sobre el quitamiedos,
desde la barandilla de un balcón hipotecado,
por una rebelión de leucocitos
o con la navaja de un yanotequiero.
Terminará - en efecto -
durante el prólogo de los eruditos,
con el bofetón de un novalesnada,
por las traiciones de la ley a la justicia,
tiritando sobre un banco del paseo.
El mundo termina cada día
a pedradas contra la alambrada,
en las mallas que revocan
la libertad de los delfines,
cuando se cruza un corazón
en el trayecto de una bala.
Mañana terminará todo
- es ley de mundo -
para los hombres con manos de nieve,
para los niños de madera,
mientras su memoria se desvanece
y, del otro lado,
suenan a pedorreta los discursos.
Amar
Amar es ser,
al mismo tiempo,
enladrillador y escombro,
matrona y sepulturero.
El amor,
igual que el fuego,
tiene un destino de ceniza.
Amo; y me arranco una mujer
de todo el cuerpo.
Ganas de decir
Ganas de decir y de decir,
de comprimir el aire
hasta el dolor de oído,
de que mi voz
ocupe los vacíos
para desalojar la soledad.
Ganas de decir y trabajar
la geometría de las almas,
igual que el tiempo trabaja las certezas
y el viento el cuerpo de las nubes.
La poesía como arena
que va limando el desaliento,
el amor igual que el agua
que los dedos no sujetan.
Ganas de decir
y celebrar el don de lo vivido
partiéndome por repartir
amando hasta el desquerer
latiendo a contralatido.
Los olvidados de los olvidados
Hay un mundo en que los cuerdos
duermen solos en la calle
tienen barbas con piojos
beben lluvia, comen mondas
y desprenden el aroma
del olvido de los locos.
Hay un mundo en que los cuerdos
llevan un bebé en los ojos
mean en la tierra yerma
callan cuando les preguntan
y se clavan como abrojos
en la piel de la miseria.
Por eso hay locos que sujetan
a sus cuerdos muchos años
con cadenas a los troncos
o los meten en cuartuchos
sin ventanas para aislar
tanta cordura contagiosa.
Otros locos, sin embargo,
se deshacen de sus cuerdos
y los llevan a lugares
donde un loco de remate
asegura que exorciza
sus demonios con ayuno
con plegarias, con palizas.
Hay países donde locos ilustrados
han probado que los cuerdos trepanados
ya no gritan, ya no lloran
ya no actúan a destiempo
y son cuerdos sin recuerdos
de que un día fueron locos.
Los cuerdos dicen que no están cuerdos
los locos que ellos deciden eso
y los cuerderos ponen camisas
y los psiquiatras ponen su empeño
en hacer tesis con los factores
que contribuyen a encuerdecernos.
Pero hay un cuerdo en todos nosotros
y quizá un loco en todos los cuerdos
y un mismo miedo que nos arrolla.
Y, poco a poco, mi loco teme
volverse cuerdo. Y, poco a poco,
mi cuerdo empieza a volverse loco.